Nota del autor

Si la entrada que estás leyendo carece de imágenes, no se ve el vídeo que teóricamente lleva incrustado o el código fuente mostrado aparece sin formato, podéis conocer los motivos aquí. Poco a poco iré restableciendo la normalidad en el blog.
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martes, 17 de mayo de 2011

Día de Internet 2011: ¿Llega la web 3.0?

Entre las actividades del curso de periodismo ambiental que estoy realizando se nos propuso la lectura del libro Bienvenida Web 3.0. Guía para sobrevivir en la Internet del 2011, de Eduardo Albalá, dentro de la unidad didáctica dedicada al periodismo digital visto desde la experiencia de las redes sociales. Aprovechando que hoy se celebra el Día de Internet (además del Día Internacional del Reciclaje, y es que hasta la gran red se recicla y renueva a sí misma) y que me apetecía reseñar siquiera de forma somera el libro, aquí os dejo con una entrada sobre el mismo.

El texto, que puede ser obtenido en su versión electrónica a través del enlace superior, presenta con una visión bastante clara y práctica la evolución de la red de redes en los últimos años, llevándonos de una web 2.0 en la que los usuarios tomaron el protagonismo hasta convertirse (convertirnos) en generadores de contenidos a través de los blogs, foros o redes sociales, y donde los grandes buscadores como Google tomaron relevancia gracias a potentes algoritmos de ordenación y búsqueda de contenidos con un negocio basado en la visualización (a más “impactos” más ingresos en publicidad), hacia una nueva Internet donde las aplicaciones, la computación en la nube y la semántica de los contenidos ganan terreno.

Los usuarios de esta web 3.0 podrán interactuar con la máquina sin utilizar engorrosas interfaces (teclado, ratón…) sino a través de su cuerpo gracias a tecnologías tan interesantes como el reconocimiento gestual o cámaras tridimensionales tan potentes como Kinect, de Microsoft, para la que los usuarios han desarrollado en un lapso relativamente breve de tiempo multitud de controladores y aplicaciones. Los móviles, para los que ya se preveía años atrás un mercado floreciente en la red, tanto como puerta de acceso a sus contenidos desde los navegadores (¡qué lejos quedan las páginas WAP hoy día!) como a través de aplicaciones propias, cada vez más presentes e imprescindibles en estos teléfonos inteligentes o smartphones, hoy día permiten incluso enriquecer la experiencia de usuario con interfaces avanzadas como las que permite la realidad aumentada.

La red semántica irá ganando contenido y permitirá a los usuarios realizar búsquedas mucho más potentes que las que pueda ofrecer hoy día cualquier buscador de Internet al uso, como Google o Bing entre otros. Los contenidos se ven así contextualizados, presentando interrelaciones con otra información y permitiéndoles dotarles de atributos, como si de objetos reales se tratase. Esto, junto a la intercomunicación de dispositivos (Machine to machine o M2M), la citada realidad aumentada y la inteligencia artificial (útil, por ejemplo, para el desarrollo de sistemas expertos que pueden desembocar en asistentes para los usuarios como Lucía, el bot de información al usuario de la Junta de Andalucía a través de Messenger) abre nuevos campos al uso de la informática por parte de personas que son, en gran medida, “nativos de la red”, así como a mercados que irán basándose más en la adquisición de servicios que en la publicidad: Internet deja de ser “gratis” y surgen cada vez más servicios de pago y “cotos” que dividen la red en espacios privados.

Como unión de aplicaciones y servicios surge la idea del cloud computing o la computación en la nube. Una idea tan interesante como peligrosa que abre el camino al software como servicio (SaaS), tal y como lo viene ofreciendo Google desde hace tiempo con su Google Docs, donde tanto los datos como las aplicaciones residen en la red, aislando al usuario de detalles “a bajo nivel” de las mismas (dónde residen, cómo se ejecutan, sobre qué máquinas) y permitiéndole acceder a las mismas desde cualquier lugar gracias al concepto de navegador como soporte universal para aplicaciones. En ese sentido irá enfocado el sistema operativo que la compañía desea sacar a la luz y que tiene en su Google Chrome una de sus mayores bazas. El pago por el servicio permite evitar la piratería de software y mantener un ritmo de actualizaciones muy interesante para las compañías y, a cambio, el usuario no necesita un ordenador especialmente potente ya que prácticamente la totalidad del cómputo se realiza en servidores (aparece así la noticia del nuevo portátil para la nube y, de paso, volvemos al concepto de terminal “tonto” que tanto primó en los años 80 en la informática).

Por el contrario, la nube se presenta como nubarrón cuando por problemas de servicio (de la operadora con la que tengamos contratado el acceso a Internet, por la propia compañía que nos ofrece el servicio software…) no podemos acceder a la nube y sus servicios. Aunque posiblemente muchas aplicaciones ofrezcan servicios en desconexión, como ya ocurriese con la API de Google Gears, lo cierto es que nos veríamos entonces muy limitados en cuanto a lo que podríamos hacer con nuestro ordenador. Esto sin citar los problemas de seguridad que podemos encontrarnos en la red y que ya no estará en nuestra mano gestionar, como ha ocurrido recientemente con el robo de datos personales a compañías como Sony o Microsoft, o con la gestión del servicio de almacenamiento virtual Dropbox.

Richard Stallman, el gurú del software libre y fundador de la GNU, es un duro crítico de la nube y del SaaS. El control del software para el usuario en la nube no es posible, lo que rompe con la filosofía del software libre y las libertades del mismo, a saber:
0.- Libertad de usar el programa con cualquier propósito.
1.- Libertad de estudiar cómo funciona el programa y modificarlo, adaptándolo a tus necesidades.
2.- Libertad de distribuir copias del programa, con lo cual puedes ayudar a tu prójimo.
3.- Libertad de mejorar el programa y hacer públicas esas mejoras a los demás, de modo que toda la comunidad se beneficie.
Personalmente, como informático concibo los cambios de Internet y de las nuevas tecnologías como un reto apasionante, pero como usuario guardo serias dudas sobre cómo podrán influir estas en nuestras vidas: si ya las cookies en el navegador supusieron en su día un duro golpe a nuestra privacidad (recuerdo cómo explicaba el concepto a mis alumnos en algún curso sobre Internet mediante el ejemplo del refinamiento de búsquedas en Amazon gracias a la información que le íbamos dando a través de búsquedas precedentes) y la publicidad de Google Ad Sense a día de hoy usa los datos de nuestra cuenta de usuario en Google (vinculada al correo de Gmail, a nuestros gustos en YouTube, a las fotos de Picasa o a las búsquedas que hacemos en el propio buscador), me cuestiono qué podrán conseguir gracias a los datos que proporcionamos en Facebook, el seguimiento a través del chip RFID que contendrá nuestro futuro móvil, o a los controvertidos datos de geolocalización que arroja el GPS del mismo.

No se trata, por supuesto, de generar miedo o reticencia al uso de Internet, pero lo que sí está claro es que, ante la nueva red, más nos vale estar informados. El libro cuyo contenido, al menos así lo he intentado, he querido haceros vislumbrar a través de la entrada, así nos lo permite. Espero que os guste.

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